La parashat Vayetzé (Génesis 28:10 a 32:3) nos relata lo que sucedió con Yacob después de recibir la bendición de su padre Isaac, su llegada a Padán Aram lugar donde vivía su tío Labán y en donde encontraría a sus esposas. Allí podemos encontrar los detalles acerca de cada una de las diferentes situaciones que tuvo que enfrentar durante los siguiente 20 años, el trato de su tío, sus matrimonios, sus hijos. [Génesis 28:10-32:3].
En esta oportunidad nos gustaría enfocarnos en la matriarca Lea, “la no amada” de Yacob, quien de acuerdo al judaísmo (Instituto Gal Einai de Israel) y basado en las enseñanzas de Rabi Shimon Bar Iojai, fue la primera persona en agradecer a el Eterno cuando dio a luz a su cuarto hijo, y por esta razón recibió el mérito de ser la madre de seis (6) de las doce (12) tribus de Israel.
Desde la perspectiva hebrea existen dos diferentes clases de agradecimiento, el primero hace referencia a dar gracias al Eterno por todas sus grandes maravillas y sus milagros incontables que se renuevan cada día, como lo cita el Melej (rey) David: “Den gracias al Señor, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre.”[Salmo 118:1], “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.” [Salmo 139:14]
Este agradecimiento se ejerce desde el punto de vista del mandamiento, en donde se reconoce la grandeza del Eterno al contemplar su creación, es agradecer al Eterno por el despertar de cada mañana, por la oportunidad de contemplar un nuevo amanecer, por permitirnos regresar sanos y salvos a nuestras casas después de una ardua jornada laboral, etc, etc, es dar gracias por cada uno de estos milagros inmerecidos que nos son otorgados cada día, es un reconocimiento. Reconocimiento que desafortunadamente en muchas ocasiones damos por sentado, sacando así a flote la “humildad” de nuestros corazones y olvidando de esta manera estas palabras del Mesías: “Para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos.” [Mateo 5:45]
La segunda clase de agradecimiento, mediante el cual la matriarca recibió el mérito al ser la primera en practicarlo, es aquel en el cual damos las gracias por un regalo recibido personalmente, sin importar lo simple u ostentoso que este sea, es aquel en el que reconocemos: “Me has hecho bien sin merecerlo”, donde nuestra alma y corazón reconocen sinceramente nuestra pequeñez y por tanto la grandeza del creador, así como su amor incomparable hacia nosotros.
Es justo en esta clase de agradecimiento en donde queremos detenernos, primero para recordar y resaltar el mérito de nuestra matriarca quien comprendió que nada tenemos, que todo nos es dado y por lo tanto lo único que podemos darle a nuestro amado Abba (Padre) es el agradecimiento, “¿Cómo puedo pagarle al Señor por tanta bondad que me ha mostrado? ¡Tan sólo brindando con la copa de salvación e invocando el nombre del Señor! ¡Tan sólo cumpliendo mis promesas al Señor en presencia de todo su pueblo!” [Salmo 116:12-14]
Para Lea tuvo que haber sido muy difícil su vida matrimonial con el patriarca, quizás vivió y se enfrentó a muchos días de tristeza y sufrimiento al ser consciente de no ser “la amada” de su esposo, sin embargo, ella es quien recibe el mérito de ser la matriarca de la mitad de las tribus de Israel y no Raquel, la Torá no nos habla en detalle de su carácter, sin embargo, explican los comentaristas que la matriarca agradece al Eterno y reconoce el recibimiento de un regalo inmerecido debido a que a ella le fue mostrado proféticamente que Yacob iba a ser el padre de 12 hijos quienes serían los padres de las 12 tribus de Israel y este tendría 4 esposas, por lo tanto a cada esposa le correspondía tener 3 hijos y es cuando ella estaba dando a luz a su cuarto hijo cuando reconoce y entiende que “no lo merece”, y agradece al creador: “Lea volvió a quedar embarazada, y dio a luz un cuarto hijo, al que llamó Judá porque dijo: «Esta vez alabaré al Señor.» Después de esto, dejó de dar a luz.” [Génesis 29:35]
Querido lector, de esta pequeña porción podemos tomar una hermosa enseñanza, no importa la situación que estemos viviendo, no importa si todo parece ir en contra, no importa si en lo que vemos a nuestro alrededor no encontramos alguna razón para agradecer, sigamos el ejemplo de nuestra matriarca, seamos agradecidos con nuestro padre amado reconociéndolo en cada milagro diario, honrando y glorificando su nombre por aquellos regalos personales no merecidos y por los comunes también, para que así como la matriarca y el Melej (Rey) David podamos un día proclamar:
“El Señor es compasivo y justo; nuestro Dios es todo ternura. El Señor protege a la gente sencilla; estaba yo muy débil, y él me salvó. ¡Ya puedes, alma mía, estar tranquila, que el Señor ha sido bueno contigo! [Salmo 116:5-7]